Produção Científica - Artigos e Capítulos

De la psicopatología a la analítica de la forma

De la psicopatología a la analítica de la forma
Müller, M.J., Granzotto, R.L.

Resumen: Esta comunicación trata de una lectura del sufrimiento, no más como síntoma psicopatológico, sino como afecto característico de los ajustes creadores en que se intenta articular las diferentes dimensiones de la experiencia del contacto entre el clínico y el consultante.


Por más paradojal que esto pueda parecer, voy a comenzar diciendo que la clínica que hago y que me gustaría verla reconocida como una práctica Gestáltica no busca eliminar el sufrimiento. No porque no me interese por los fenómenos frecuentemente designados por el significante sufrimiento o, al contrario, porque tenga algún tipo de satisfacción sádica en ver mis consultantes sufriendo; lo que, evidentemente, es siempre algo a ser considerado. No me opongo a una clínica del sufrimiento, sino a las tentativas de eliminarlo. Al final, en tiempos de globalización, tales tentativas están al servicio de la ideología de la satisfacción sin límites, la cual, por ser inalcanzable, no hace más que girar la máquina del consumo. En el ideal de una vida sin sufrimiento, se esconde una demanda por consumo, cuya consecuencia es la alienación de nuestras vidas, incluyendo ahí nuestros sufrimientos, en provecho de la satisfacción ajena. Y lo peor en todo esto tal vez sea que la demanda por consumo nos impide percibir la satisfacción que hay en el sufrimiento. Al final, lo que a veces llamamos de sufrimiento no es sino el afecto envuelto en el trabajo de construcción de nuestra propia autonomía.
Como bien señalaron Perls, Hefferline y Goodman, comentando pasajes de la traumdeutung, Freud ya había comprendido la doble naturaleza del síntoma: en parte, el síntoma revela una defensa contra la vitalidad; y por otra parte, él es la propia expresión de la vitalidad (PHG, 1951, p. 93). Por cuenta de esto, no veo que las personas que me procuran quieran verdaderamente librarse de las confluencias, proyecciones, introyecciones, retroflexiones y formaciones egotistas, así como de las alucinaciones, de los delirios y de las identificaciones maniaco depresivas. Para citar algunos síntomas. En verdad, tengo la impresión de que ellas quieren antes un espacio en que puedan continuar realizando esos comportamientos, los cuales, hasta ahí, habían funcionado; pero que, ahora, nadie más quiere oír, pues todos quieren solamente divertirse. Es claro que hay, en estos comportamientos, conflictos no elaborados, limitaciones que proporcionan la ocasión de la creación y, de esta manera, algún tipo de satisfacción que ningún objeto de consumo puede ofrecer, porque se trata de una satisfacción originada de la acción, de la acción de la función de ego en cada cual. Y si ustedes preguntaran “?cuál es el beneficio que los consultantes alcanzan realizando sus síntomas en mi consultorio?”, puedo al menos responder que, después de cierto tiempo, ellos se vuelven tolerantes con ellos mismos o, parafraseando a Donald Winnicott, ellos aprender a sufrir.
Pero, para que los consultantes puedan, en algún momento, comprender en sus propios síntomas, en sus modos de sufrimiento, verdaderos ajustes creadores, es preciso mucho trabajo. Es necesario abandonar el lugar de quien pueda juzgar o diagnosticar las causas o las consecuencias de los síntomas para, efectivamente, participar de ellos. Esto significa decir, es necesario crear condiciones seguras para que el síntoma acontezca de nuevo, hasta que ese acontecimiento pueda ser señalado y tan solamente señalado; lo que significa decir, descrito como una dinámica de interacción social. Solamente así los consultantes tendrán condiciones de localizar y elaborar lo que ellos mismos hacen y decidir por un futuro. Evidentemente, el trabajo de soporte para la emergencia segura de un síntoma en régimen de terapia depende más del consultante de que de los clínicos. Pero sobre estos recae la tarea ética de identificar y actuar a partir del lugar sintomático al cual fueron conducidos por los consultantes: maestros, jueces, verdugos, cuidadores, fans, secretarios y así hacia el frente. Los clínicos pueden operar esa identificación y esa actuación a partir de diferentes mapas teóricos. Pero si el mapa no pudiera acoger las formulaciones del consultante, sí él no pudiera amoldarse a las construcciones del consultante, él no ayudará al clínico, menos aun al consultante. Es en este sentido que identifico en la teoría del self formulada por Perls, Hefferline y Goodman una poderosa cartografía clínica. Al final, al distinguir entre tres funciones de campo (función id, ego y personalidad), bien como al presentar esas funciones como operadores sociales, la teoría del self no excluye la producción social del consultante y del clínico en el aquí-ahora de la sesión. Al contrario, hace de ella el vector a partir del cual el clínico se posiciona como un interlocutor y no como un evaluador o defensor de un ideal de salud. El clínico ya no va a actuar a partir de sus ideales y de su saber sobre el síntoma. Él va a actuar a partir de los efectos que él mismo pudiera ver en la relación con su consultante.
En este sentido, si el clínico (a partir de lo que para él es un fondo de excitamientos o, simplemente, función id), se siente demandado a asumir la responsabilidad por la ansiedad que el consultante, desempeñando una función personalidad, afirma sentir o, desempeñando una función de ego, demuestra estar sucediendo, tal demanda puede indicar, para el clínico, un tipo específico de lazo social, que es el ajuste neurótico. En este ajuste, el clínico se siente como si él debiese dar una explicación sobre la ansiedad vivida por el consultante. O, entonces, se siente como si debiese confirmar el expediente de alienación de la ansiedad a favor de la ley del semejante; o, quien sabe, el clínico podría sentirse compelido a cuidar de las quejas retroflexivas de los consultantes. O, tal vez, obligado a aplaudir la astucia con la cual los consultantes afirman haber engañado la ansiedad, como sucede en los momentos egotistas. La tarea ética del clínico en este campo relacional, específicamente, es producir una especie de desvío (también llamado de frustración habilidosa) que restituya al consultante la responsabilidad por las acciones inhibitorias que , en la actualidad de la sesión, pueda estar evitando la emergencia de una novedad, de un horizonte de futuro en que la ansiedad pudiese ser disuelta. No interesa aquí encontrar una estructura o un padrón de comportamiento. Interesa solamente ayudar al consultante a comprender como, en la actualidad de una relación, la satisfacción originada de la repetición de comportamientos evitativos está en conflicto con las demandas y con las otras posibilidades de satisfacción abiertas por el medio social. El que hacer a partir de ahí es una decisión exclusiva del consultante.
Pero si el clínico se siente angustiado, si la función id en aquel campo aparece para él como un sentimiento incipiente de angustia, eso puede indicar que, en aquel campo, el fondo de excitamientos puede estar ausente, fallado o desarticulado. Esto significa decir que, la función de ego que se actualiza en las acciones del consultante tal vez esté desprovista de una orientación intencional a partir del fondo o, simplemente, desprovista de awareness sensorial. En consecuencia, el consultante no se va a ocupar de las demandas que el propio clínico pueda formular. Para aquel, lo más importante es la producción de un ajuste de busca, al cual también llamamos de ajustes psicóticos. Aquí el clínico no tiene exactamente un lugar. Cuando mucho él es invitado a secretariar las buscas que –en la forma de alucinaciones, delirios y deliberaciones identificatorias– los consultantes hacen por sí.

Incluso puede suceder que el clínico se sienta convocado a una acción solidaria, por cuanto el consultante se encuentra privado no de un afecto, sino de los medios sociales con los cuales pudiese desear un futuro, para lo cual está abierto, diferentemente del neurótico. Aquí, entonces, el clínico no es manipulado o ignorado. Él es investido en un lugar de ego auxiliar. Lo que abre, en el seno de la clínica, una dimensión ético-política, cuya meta es la producción de un soporte para que los consultantes puedan reivindicar inclusión social que les valga la reconstrucción de la función personalidad.
Ahora, más que diagnosticar una patología, menos que pretender erradicar un sufrimiento, mis intervenciones clínicas buscan desencadenar, en los consultantes, un efecto de apropiación de aquello que ellos mismos puedan producir en la relación que mantienen conmigo. Es por eso que declino de las categorías psicopatológicas a favor de la analítica de la forma, tal como nos proponen Perls, Hefferline y Goodman, en su definición de terapia gestáltica: “la terapia consiste en analizar la estructura interna de la experiencia concreta: no tanto lo que está siendo experienciado, recordado, hecho, dicho, etc.; sino la manera como lo que está siendo recordado es recordado, o como lo que es dicho es dicho…”. (PHG, 1951, p.46).



Referencias:
Müller-Granzotto, M.J. & Müller-Granzotto (2007), R.L. Fenomenología y Terapia Gestáltica. Santiago, Cuatro Vientos, 2009.
Perls, F.S., Hefferline, R.F., Goodman, P. (1951), Terapia Gestalt. Madrid, Sociedad de Cultura Valle-I